martes, 9 de febrero de 2010

Mi padre y la muerte que no llega

A veces visito a mis padres ya ancianos y se produce entre nosotros un encuentro tan lleno de vida que me parece regresar en el tiempo a aquellos años en que solía acercarme para encontrar entre sus brazos ese espacio sólido, inamovible, siempre proveedor de fortaleza y confianza, de perdon y de amor inconmensurable. Hoy ha sido diferente y ciertamente no es la primera vez, pero duele y sorprende como si lo fuera. He visto los ojos de mi padre inundarse ente la inexplicable razón que lo mantiene con vida cuando él, enmedio de sus circunstancias clama por morir porque ya está cansado, porque le cuesta encontrar una razón para seguir adelante, porque ya no tiene esa independencia que da dignidad a la vida, y mas que nada porque la que yace a su lado, la compañera de siempre, la que lo amo sin límites, si no ha muerto, perciera que lo está. "Dios no lo quiere", me dice entre el ahogo, "no quiere aún mi muerte y yo no lo entiendo". No me acostumbro a estas breves conversaciones en donde él desnuda su alma como lo hiciera un niño pequeño ante su madre. Es tanta su fragilidad, su desventura, su vulnerabilidad que me estremece hasta el fondo de mi corazón, donde guardo aún vivo el recuerdo de ese hombre que siempre admiré por fuerte e invencible, ese hombre que ame y que amo hoy mas que nunca porque a través de los años se fue descubriendo ante mi con toda su humanidad quizas buscando un punto donde apoyarse o aquellos brazos que como a mi me cobijaron cuando lo necesité. No se si soy la indicada, ni si soy capaz de hacerlo pero con el alma quisiera ser ese lugar en donde ellos encuentren luz y paz y perdon y amor.

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